El Congreso Anual de Vocales y Consonantes se desarrollaba con tranquilidad, cuando la H estiró una mano para pedir la palabra.
—Te escuchamos —le dijo la T, que presidía el encuentro.
La H carraspeó y, sin timidez, expuso:
— ¡Estoy harta de ser silenciosa! ¡Quiero sonar!
El alboroto alfabético que se armó fue tremendo. La T llamó al orden y pidió a la H que se explicara mejor.
—Y... sí, todas tienen sonido. Yo, nada. Chicas, aparezco en palabras tan importantes como "hijo", "hogar" e incluso "hablar", pero la gente ni me pronuncia y son pocos los que se acuerdan de mí y me utilizan al escribir. ¡Exijo mi derecho a sonar! Aunque sea parecido a otra letra.
— ¿Y yo qué? Sueno a U o a V. Si estaré en treinta palabras es mucho. Y no me quejo —le replicó la W.
—No sabes el dilema que es compartir un sonido con otras —dijo la Q mirando de reojo a la C y la K, que asentían con las cabezas.
—A mí me pasa lo mismo. Encima somos víctimas de los horrores de ortografía —agregó la Z que compartía un triste
destino con la S y la C.— ¡Yo, en minúscula, tengo punto como la J y no hago tanto drama! —agregó la I—. Aunque confieso que es injusto que la U a veces se dé el lujo de tener dos y diga entonces que es otra letra.
—Tienes dos patas y dos brazos. Yo no puedo decir lo mismo —le gritó la M que vivía renegando por su parecido con la N y
la Ñ, que además tenía sombrerito.
La H seguía entercada.
—No me importa. Necesito un sonido que me dé personalidad. Dependo del lápiz o la lapicera y eso no es vida. ¿A quién le gusta depender de otro?
El resto del abecedario se miró. Algo de razón tenía. La T volvió a tomar el control.
— ¿Qué sonido se te ocurre, querida?
—No sé, me gusta el de la F...
—Ah, no, yo no cedo nada —se excusó la F que ya había batallado con la H por el derecho de la palabra "fierro", entre otras.
—También me gusta el de la V.
— ¿La alta o la pequeña?
—La de "vaca" —respondió la H.
—Te entendemos, pero ninguna puede cederte su sonido. Se me ocurre que tendrás que salir a buscarte uno propio
—sugirió la D, muy comprensiva.
A la T, la propuesta le pareció aceptable.
—Eso, tienes un año, hasta el próximo congreso, para encontrar un sonido para sonar.
Todas estuvieron de acuerdo. La H fue a su casa, armó las maletas y partió a buscar lo que tanto quería.
Se le ocurrió que el viento podría prestarle alguno de sus tantos sonidos. Con bufanda, guantecitos y pasamontañas viajó al Polo Sur, donde el viento tiene su residencia de invierno. Luego de explicarle, el tío le dijo que encantado, pero no le convenía:
—Si te cedo algún sonido, en cuanto te pronuncien van a volar sombreros, papeles, hasta techos. La gente evitará usarte.
A la H le pareció razonable. Se fue a hablar con el mar. En traje de baño, sandalias y lentes oscuros, llegó a la playa. Bajo una sombrilla escuchó cómo el mar la convencía de lo poco conveniente de sonar como un choque contra las rocas, un tifón o un maremoto.
—Cada vez que te usen cundirá el pánico.
A la H le sonó coherente. Se fue a ver a las aves. Los pájaros le explicaron que ellos vivían cantando y eso no era apropiado para una letra.
—Imagínate los tímidos. ¿Y los que desafinan? —le dijo un canario—. ¿Quién va a usar una letra que suena a cacareo de gallina o graznido de cuervo?
Tenía razón. Así como los animales de la selva, el desierto y la montaña. A los del fondo del mar ni los consultó. El fuego, la música, los insectos, hasta las máquinas también lograron convencerla con sus argumentos.
Así, yendo y viniendo, pasó un año. La H seguía sin sonar. Frustrada, se sentó en un paraje solitario y lloró. Entonces, sintió un zumbido que no sonaba pero estaba. Era el silencio. Ni se le había pasado por la cabeza consultarlo. A decir verdad como causante de su dolor, no podía ni verlo... ni escucharlo.
Al notarla tan decaída, en ese lugar, el silencio hizo lo que nunca: habló.
—Yo me sentiría orgullosa de ser silenciosa. No es un defecto, es una virtud.
—Eso lo dices tú, que no tienes ningún sonido —le respondió la H con agresividad.
—Que no suenes no quiere decir que no existas —insistió el otro—. El Sol brilla en silencio y a nadie le es indiferente. Las estrellas van y vienen calladitas. ¿Y alguien las olvida? Las flores y las plantas crecen sin conversar. Los artistas crean en silencio, y muchas, muchas veces, es mejor callarse que decir algo. En silencio se piensa, se ama, se madura, se lee. Los colores y los perfumes no necesitan sonar. A nadie mata el silencio. Es más, detrás de mí hay un universo de emociones y sentimientos que se expresan sin decir mu... El silencio es una puerta o una ventana. No es mudo, querida —dijo, y se
calló.
La H pensó bastante en eso y cuando estuvo nuevamente frente a sus pares alfabéticas, les repitió esos argumentos y comunicó su decisión de seguir sin sonido.
El silencio significa muchas cosas. Tanto como las palabras —concluyó.
Las otras letras protestaron, chillaron, gritaron, pero la H no dijo nada más. Sólo cuando todas se miraron, en silencio, comprendieron.
Fabián Sevilla
Excelente cuento para poder reflexionar y darnos cuenta que cada persona es diferente y tienen algo que los hace característicamente especiales e importantes.
De repente vemos lo que los demás tienen y ofrecen, pero estoy segura que cada uno de nosotros también nos sorprenderíamos en darnos cuenta que tenemos algo de que nos pudiéramos sentir orgullosos.
Que tengan un maravilloso Miércoles.... !!!!